martes, 28 de septiembre de 2010

Malditas las fronteras, malditos los prejuicios, malditos los mercados

Fue en la avenida Tiradentes, alrededor de las 7:20 de la mañana. Vi que el autobús se acercaba, por segundos, al ver las rejas de hierro cubriendo las ventanillas pensé que se trataba de la Dirección de Prisiones. Pero me pareció extraño porque en el tiempo que tengo recorriendo ese tramo, nunca había visto trasiego alguno de prisioneros, mucho menos atestados como los llevaban. Mi esposa me advirtió que se trataba de Migración, cosa que confirmé segundos después.

El autobús se detuvo unos cuantos metros delante de mi esposa y yo. Pude presenciar de la forma burda, inhumana y por demás estúpida que capturaban a los “haitianos”.

Los “agentes” de Migración no mediaron palabras, tomaron al joven por la camiseta y lo empujaron hasta subirlo al autobús. Mientras el “tapón” cedía, siguieron mirando como perros sabuesos bien entrenados en busca de presas.

Ese feo espectáculo me ha dañado el día. Todavía tengo martilleándome en la cabeza la frase pronunciada por mis esposa. «¡Qué malos!»,haciendo referencia obviamente a los agentes de Migración.

El autobús siguió su recorrido toda la Tiradentes en dirección Sur. Siguió el mismo ritual. Patadas, empujones, atestando a los haitianos “ilegales” al autobús.

Seguí mi ruta, al pasar al lado del autobús, vi las bicicletas amarradas en el bumper delantero. Sinceramente, casi lloro. Ver la tragedia humana duele.

Luego de todo esto, mientras redacto estas líneas se me ocurre hacerme algunas preguntas.

¿Tienen sentido humano las fronteras? ¿Por qué impedir que la gente trabaje “dignamente[1]” como lo hacen estos haitianos cada día? ¿Qué culpa tienen ellos de que este país no tenga política migratoria? ¿No es simplemente un instinto de sobrevivencia huir del hambre y la miseria, hasta un lugar donde al menos se puedan ingestar las calorías suficientes para continuar la vida?

En un siguiente post intentaré analizar el efecto de la migración haitiana en la economía dominicana. De momento, seguiré en mi martes gris, pensando que esos haitianos que llevaban como vacas al matadero, eran los mismos que cada día veía recorrer la Tiradentes, cada día en sus bicicletas, caminando, con sus sacos a cuestas... a vender jugos, frutas, tarjetas, periódicos... a construir parte de este país.

[1]Digno por la forma como ellos lo hacen, pero indigno por la forma como muchas veces son tratados.

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